Voluntario en Palestina 2006

Friday, August 18, 2006

La verdad con cuentagotas


Vuelta a casa y vuelta a padecer la distorsión sobre Oriente Próximo como uno más. Se acabó la privilegiada independencia que he disfrutado en el último mes y medio, percibiendo la realidad con mis propios ojos, sin las interferencias de la distancia ni la intromisión de los intereses espurios que mueven a los fabricantes masivos de información. De entre estos dueños de nuestras ideas, el más importante en el sector de la información escrita es El Pais, o por lo menos es el que alimenta las mentes en mi casa y en la de muchos de mis amigos. Ayer, cuando llegué a Sevilla, una vez superada la fase de alegría desbordada de mis familiares por mi vuelta sano y salvo, tuve mi primer contacto con uno de estos influyentes panfletos, el dominical de El País, que mi madre había guardado para cuando llegase por el reportaje especial que contenía: una foto de unos niños libaneses uniformados y saludando al estilo militar presidía la portada, de la mano del titular "La trinchera de Hezbolá". La foto y el título ya me anticipaban que el contenido escrito iba a seguir la misma línea: el periodista se preocupa tan solo por la parafernalia y espectacularidad de este movimiento y no por las razones de fondo que lo empujan. La idea global del reportaje está muy conseguida para un medio "de izquierdas" como El País, que no puede declarar abiertamente su complicidad con los intereses israelíes, y de paso contribuye a agrandar ese abismo entre Oriente y Occidente, en el que los primeros están enajenados por la religion y el fanatismo y los segundos enarbolan la bandera de la libertad y la democracia. El lector, por supuesto, interpretará que el gran ausente en este reportaje, Israel, buenas razones tendrá para atacar a este puñado de posesos espirituales. Pero quizás la mejor estrategia para desenmascarar a estos heraldos, que se autoetiquetan como "defensores de la función social del periodista" no sea escudriñar con lupa lo que dicen, sino averiguar qué es lo que ocultan. ¿Por qué El País no dedica un especial similar al del pasado fin de semana pero centrado en ese peculiar Estado que es Israel?, ¿por qué nunca se habla del fanatismo judío, o de la caja de explosivos que es la sociedad judía?, ¿y de Palestina?, ¿por qué nunca se habla del robo de tierras y construcción de colonias, del muro del apartheid, de los check points y toques de queda, de las torturas a los prisioneros, del derribo de casas, de las muertes de inocentes y de las miles de violaciones del Derecho internacional y de los derechos humanos?


Lo de este fin de semana en El País no es nada nuevo, por tanto. Lo vienen haciendo desde siempre y ellos por lo menos tienen un trato "amable" puntualmente con los palestinos y el resto de árabes de la zona, que como en este caso en Líbano, sufren los desmanes de Israel. Otros medios, ubicados en la cadena de mando del PP, no es que callen la realidad, sino que directamente justifican a Israel y sin tapujos califican como terroristas a todos los árabes. Como aquel israelí, profesor de Universidad, que viajó en el asiento vecino de mi autobús el otro día. Culpaba a Estados Unidos de haber parado los pies a Israel en Líbano y decía que la única receta para acabar con el terrorismo era matar a todos los árabes. Kill, kill, kill, they are all terrorists, mientras se agitaba con aspavientos. Yo asentía con la cabeza y me guardaba mi asombro. Luego añadió con un gesto ñoño en la cara, si no fuera por la televisión que mostraba todo el tiempo las imágenes de esos niños, y volvía con su kill, kill, kill. Para rematar su desvarío mental concluyó ¡En España deberíais hacer lo mismo, bombardead y matad a unos 200 vascos y veréis como se acaba todo! Este espeluznante discurso lo firma un intelectual, vanguardia del pensamiento de la sociedad israelí, pero lo suscribiría cualquiera otro de ese 93% que opina en Israel que la guerra de Líbano estaba justificada, según la encuesta que este fin de semana leí en The Economist, y un 91% justificaba los bombardeos de civiles aun cuando murieran inocentes.


El año pasado, durante mi primer voluntariado palestino, conocimos a Ferrán, fotoperiodista de La Vanguardia que estuvo 3 años trabajando en Palestina. Nos confesó que, en cierta ocasión, capturó unas imágenes desgarradoras de unos maltratos y humillaciones en un checkpoint. Las envió a su periódico pero no se las publicaron, lo que le generó una profunda frustración. Cuando volvió a Barcelona inquirió a su jefe por los motivos, y éste le contestó: si hubiésemos publicado aquellas fotos el lobby judío, que participa en el accionariado de cientos de multinacionales, habría retirado la mitad de la publicidad de nuestro diario. Así funciona el bloqueo informativo en Palestina. El genocidio queda diluido en un conflicto entre dos partes, con intercambio sangriento, lo que permite a Israel continuar con sus fechorias en silencio. Ni muro, ni checkpoints, ni nada de nada. El control de lo que se debe saber sobre Palestina es tan grande que el semanario alemán Der Spiegel publicaba hace poco un atípico reportaje (atípico porque los medios no suelen desverlar los entresijos de su mundillo) sobre cómo la Oficina de Prensa del Gobierno hebreo cocinaba y servía en bandeja la información a los periodistas internacionales. A los que no cuenten su verdad, les espera una bala en la pierna, como al periodista de Al Jazeera en Nablus hace tres semanas. Aquí están de nuevo unas imágenes sobre ese crimen grabado en directo, que no me cansaré de decirlo, pertenecen al inmenso material censurado sobre Palestina en las redacciones de los medios de comunicación españoles y europeos.


Aljazeera Reporters in the line of fire



Me pregunto si Juan Miguel Muñoz, corresponsal de El País en Jerusalén, acudirá también a esos teatros orquestados por el poder sionista, o acaso es él un periodista apestado como la joven de Al Jazeera. También me pregunto cuántas veces habrá sufrido la censura de su propio medio, como le pasó a Ferrán y le pasa a diario a cientos de reporteros enviados a la zona. Debe ser muy duro y frustrante saber la verdad, querer contarla y no poder hacerlo. También lo es para mí saberla, volver a España y perderla.


http://service.spiegel.de/cache/international/spiegel/0,1518,429105,00.html

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